07 Jul
07Jul

Los veranos son mágicos, evocan esa sensación de que cosas bellas y extraordinarias pueden pasar. Probablemente dicho sentimiento es suscitado por la atmósfera que los envuelve y nos lleva a un estado de contemplación, introspección y ensoñación permitiendo imaginar historias que rompen con la cotidianidad, nos dan permiso de ser otros y construir ficciones sobre nuestra vida.

Quién no, al tomar unas vacaciones de verano en una playa hermosa y mirando la inmensidad del mar, se ha preguntado cosas como ¿qué pasaría si no regresáramos a nuestra vida regular y decidiéramos quedarnos a vivir ahí? Y así comenzamos a imaginar cómo sería ver los atardeceres en la playa todos los días, caminar sobre la arena por las mañanas, o la fantasiosa delicia de tomar a diario un buen café mientras leemos un libro y el viento marino nos susurra al oído. Entonces, suspiramos profundamente y nos damos cuenta de que quedamos seducidos por esa mística que acompaña al verano y que ha sido retratada por infinidad de artistas en pinturas, canciones, películas, novelas y poemas.


¿Por qué será que tantos artistas han tenido la necesidad de plasmar en sus obras ese momento del año que invita a hacer una pausa para que nuestra mente y cuerpo reposen? Quizá, porque capturar y conservar lo efímero y bello que envuelve al verano permite tanto a artistas como a espectadores volver a conectar no solo con sus impresionantes colores y paisajes, sino con una versión serena, cálida y creativa de sí mismos, con esa posibilidad de renovarse. Es probable que, por ello, en varias obras que retratan momentos veraniegos sea constante la representación de escenarios naturales apacibles en los que las acciones y presencia de los personajes evocan ese instante introspectivo en el que, siendo uno con el paisaje, conectan con su existencia para darse permiso de ser y entregarse al placer.


De ahí que en obras alusivas al verano, como las de Degas, Claude Monet, Seurat, Joaquín Sorolla, Paul Ferney, Hopper, Jessica Brilli y Darek Grabus, la presencia de lo lúdico y placentero sea una constante representada a través de personajes que contemplan la naturaleza, niños jugando, piscinas en las que los cuerpos se relajan, pies descalzos sobre el pasto o la arena, en la interacción cariñosa entre personas, en las caminatas recreativas, en el sol bañando las pieles de quienes habitan las pinturas.



Esa esencia y luminosidad que acompaña al verano también me remite a muchas de las pinturas realizadas por los artistas impresionistas, para quienes retratar el paso de la luz sobre la naturaleza era fundamental. Así, dejemos que el verano nos sorprenda y veámoslo como una oportunidad para conectar con nosotros, con la naturaleza y con el arte.

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